Educación y Futuro - Convicción Transformadora

sábado, octubre 14, 2006

La Escuela Agotada

He querido iniciar este blog después de una larga reflexión a raíz de haberme reincorporado a trabajar con mi padre en su colegio, terminar una experiencia de consultoría en el Colegio El Encuentro de Peñalolen, en el cual estudian mis hijas Javiera y Antonia, y de haber sido testigo de la revolución de los pingüinos y sus consecuencias.

El colegio de mi padre, Colegio Alberto Blest Gana, está en la comuna de de San Ramón, tiene una trayectoria de 33 años y los últimos tres o cuatro años, junto a su equipo de directivos y profesores, iniciamos un camino de transformaciones que nos permitió ser parte de los 52 colegios de anticipación del proyecto Montegrande del MINEDUC. El Colegio El Encuentro es más joven, tiene más o menos diez años y con su equipo de dirección, terminamos recién una experiencia de entrenamiento que nos permitió un espacio de reflexión en la acción y la puesta en marcha y diseño de iniciativas que tendrán un gran impacto en dicha comunidad educativa.

Ambos colegios cuentan con algo en común, están y han declarado formar los jóvenes emprendedores del siglo XXI y la firme convicción de transformarse en los mejores colegios de su sector y del país. Es lo único, aparentemente, que tienen en común. El primero, es un colegio particular subvencionado, con casi 1.800 alumnos, con apoderados en su mayoría empleados y pequeños comerciantes, sus cursos de casi 45 alumnos. El segundo, es un colegio particular con alrededor de 400 alumnos, con apoderados mayoritariamente profesionales, con cursos de no más de 25 alumnos. Sin duda, dos colegios distintos.

Sus alumnos participaron activamente en las paralizaciones y tomas de los colegios, fueron parte del movimiento estudiantil que nos hizo despertar. Nos han puesto en alertas y debemos ser capaces, de una vez por todas, de encontrar solución a la gran crisis que experimenta nuestra educación.

No cabe duda que los últimos gobiernos han realizado grandes esfuerzos en la búsqueda de estas soluciones, pero a pesar de ello, no hemos logrado dar un salto cualitativo respecto a la calidad de la educación. Es la falta de recursos señalan algunos, la calidad de los profesores o el marco regulatorio dicen otros y los más flagelantes, la sociedad o el modelo económico. La verdad que ya no sabemos a quien culpar.

Gracias a los estudiantes y la iniciativa de la Presidenta Bachelet, hoy contamos con un Consejo Asesor Presidencial de para la Calidad de la Educación y que ha entregado su primer informe de avance, en el cual podemos encontrar una gama de razones y conclusiones que nos permiten contar con una interpretación compartida respecto a las causas y posibles iniciativas que el país puede o debe adoptar para mejorar los resultados hasta ahora alcanzados. En mi opinión, y después de haber leído dicho informe, a pesar de la gama de factores que en el aparecen, creo necesario volver la vista a la unidad básica en la cual nuestros niños, niñas y jóvenes de nuestro país se educan, la Escuela.

La larga trayectoria que he tenido vinculado, directa o indirectamente, a la educación y mi experiencia como consultor en desarrollo organizacional en instituciones públicas y privadas, me permiten señalar:

La institución “escuela” se encuentra agotada: Su forma de organización y las relaciones que se establecen entre sus distintos actores, la hace incapaz de hacerse cargo de la educación o formación integral de los alumnos de acuerdo a los desafíos y exigencias que la sociedad le obliga a hacerse cargo.

Podríamos escribir páginas y páginas relatando las múltiples transformaciones que el mundo ha experimentado en el último tiempo, en particular desde la década de los 60 en adelante, en donde la educación no ha estado ajena, pero a pesar de todo ello, la escuela, como institución, no ha cambiado y nadie se asombra de este hecho, o no lo hemos visto, y seguimos confiando de alguna manera en una institución con más de cien años y que, sin lugar a dudas, ha sido factor determinante del desarrollo y la eliminación de la pobreza de no solo de nuestro país sino del mundo en general.

Pero el mundo cambio y nuestro país también, y por vez primera están afectando a la escuela como institución. Apreciamos un desfase cada vez mayor, entre la capacidad de producir resultados de estas instituciones (las escuelas o colegios) y el aumento y transformación de las expectativas y la demanda de los padres, apoderados y alumnos. El contexto en el cual se establecen las relaciones entre la escuela, sus alumnos y los apoderados se ha modificado sustancialmente el la última década fruto de a lo menos, de las siguientes situaciones.

· El desarrollo y modificación del mercado laboral ha permitido la incorporación, cada vez más frecuente, de la mujer a la fuerza de trabajo y con ello se ha modificando la estructura de relaciones de la familia y su entorno.

· La divulgación de los avances de las ciencias y en particular de la psicología y la mayor sensibilidad de la comunidad por los derechos ciudadanos y en particular de los jóvenes y niños.

· Un cambio cultural creciente producido por el mercado en donde la ecuación entre atención masiva y atención personalizada se resuelve con mayor eficiencia en la industria de los servicios, lo cual a generado una mayor y exigente expectativa en las personas en tanto como tienen que ser tratadas, cuestión de la cual no están ajenos los alumnos y los apoderados.

· Se ha expandido la oferta educativa en el país y con ello la competencia entre establecimientos educacionales, cuestión que hasta no hace mucho, no era frecuente y ha instalado una nueva preocupación en quienes dirigen las escuelas.

En este contexto de cambios históricos, las escuelas o comunidades educativas se ven superadas por las expectativas y, a pensar de haber incorporado nuevas metodologías, innovaciones, nuevos equipamientos y tecnologías, no producen los resultados esperados, generando frustración y resignación en sus integrantes, a pesar de la ya conocida interpretación que dice que: “los cambios en educación se producen al largo plazo”.

Pese a todo ello, la estructura de la escuela no se modifica, una estructura en la cual se establecen relaciones jerárquicas, en donde la base de la pirámide esta compuesta por los profesores, responsables de producir los aprendizajes en los alumnos, y por sobre ellos, las autoridades como lo son: el Inspector General, Jefe Pedagógico, Subdirector y Director

En esta estructura, cada participante se mueve de acuerdo al grado o lugar que ocupa en la organización. Los directivos ejerciendo su autoridad desde sus pedidos a el equipo de profesores y los profesores confrontando a la autoridad recibiendo ordenes e instrucciones. Esta estructura dificulta la posibilidad de cultivar un estado de ánimo de apropiación en los profesores respecto a los resultados que deben producir y establece relaciones burocráticas que desalientan una comunidad colaborativa.

En un sentido horizontal, las escuelas se han organizado a partir de la manera en que se ha organizado el currículo; por asignaturas y luego departamentos. Esta organización horizontal se caracteriza por estar compuesta por roles autónomos (profesores de asignatura), que definen sus objetivos y resultados en base a un programa de contenidos mínimos fijado por el ministerio de educación, no reciben ni hacen evaluaciones de otros profesores, menos aún si son de otra asignatura. Es esta estructura horizontal que se supone que se coordina entre sí, la encargada de cuidar la formación y educación integral del alumno, pero mientras no exista la posibilidad de diseñar conjuntamente, comprometerse y evaluarse entre sí de acuerdo a como están cooperando y cumpliendo la tarea formativa, será imposible hacerse cago plenamente de la satisfacción, cuidado y formación de los niños y niñas y jóvenes de las escuelas.

Esta estructura consolida aún más la preocupación de los profesores por la entrega de contenidos. La ausencia de instancias en las cuales puedan diseñar de manera conjunta compromisos respecto a las habilidades necesarias de cultivar en los alumnos y mantener esta conversación en un estado de: “se supone que….”, “tratamos que….”, nos da cuenta de la perdida del capital que los profesores han experimentado con el avance de las tecnologías de la información. Los medios por los cuales tenemos la posibilidad de acceder a la información y el conocimiento, hoy son mucho más rápidos y dinámicos que la labor que hace un profesor en una sala de clases frente a 30 o 45 alumnos.

Es sin duda este factor, la organización de la escuela y las relaciones que se establecen en ella, el que ha dificultado alcanzar mejores resultados con los alumnos; no están las condiciones estructurales o conversacionales, para instalar una cultura de trabajo que ponga como centro de su quehacer la satisfacción, el logro de resultados con los alumnos como compromisos y diseñe estrategias o modelos de intervención, que se hagan cargo de las transformaciones culturales que vive nuestra sociedad y se adapte de manera armónica a ellos. Es urgente terminar con el de ánimo de resignación y resentimiento que atrapa a las comunidades de profesores, que se expresa en su queja permanente hacia los padres y apoderados respecto a su compromiso. Es la escuela, sus profesores y directivos quienes tienen que comprometerse, adaptarse, modificar el presente y construir futuro.