Educación y Futuro - Convicción Transformadora

sábado, diciembre 23, 2006

La ilusión de las notas

Se acabo el año escolar; finalizó la loca carrera por terminar de pasar la materia y concluir los procesos de evaluación, para obtener la nota final de promoción de cada alumno.

Sin duda, esta actividad de fin de año demanda mucho trabajo de parte de los profesores y una gerera una gran tensión para la gran mayoría de los alumnos y nosotros los padres.

Resulta sorprendente que todo este trabajo y tensión sea disipado por un número, sí un número, ese número que tiene el poder de promover o dejar repitiendo a un niño, niña o joven y causa una gran alegría para algunos y frustración, pena y angustia para otros.

.Aquí hay una cuestión de fondo que se ha vuelto transparente para todos que vale la pena reflexionar.

Cuando revisamos las actividades de un profesor y del conjunto de la escuela en un año, todo concluye en ese número, la nota. Este parámetro se ha transformado en un “factor totalizante” de la educación. Los padres nos preocupamos por las notas de nuestros hijos e hijas, los profesores se preocupan de las notas, promueven en base a las notas, nos reunimos para dar y recibir informes de notas, los profesores hacemos sofisticados instrumentos de evaluación para poner una nota, fijamos metas en torno a las notas. Hemos llegado a considerar que las notas son un parámetro objetivo, de carácter científico, capaz de dar cuenta real de los aprendizajes de los alumnos, pero al mismo tiempo, todos sabemos lo poco confiable y manipulables que puede ser. Ha cobrado tanta relevancia, al punto de anular la importancia y autoridad que tiene el juicio de un profesor de los alumnos. Sin saberlo hemos instalado un ánimo de desconfianza con nuestros profesores y le hemos quitado validéz a las evaluaciones de los profesores, sino están respaldados en una nota, por ser evaluaciones poco objetivas, rigurosas o finalmente, carecen de método científico u objetivo que de cuenta real del alumno. A pesar de ellos, las evaluaciones o juicios que cada profesor tiene de los alumnos, están siempre presentes, no los puede evitar y son el punto de partida en la acción de cada profesor.

Es urgente romper rápidamente con la ilusión de que las notas nos dan cuenta real de los aprendizajes de los alumnos y, de parte de los padres, volver confiar en el juicio que hacen los profesores de nuestros hijos, y los profesores, cultivar competencias para evaluar a los alumnos desde las habilidades que ha sido capaz de alcanzar con cada alumno.

Cabe hacernos, a lo menos, las siguientes pregunta: Cuando un alumno obtiene un 1 o un 4 o un 7, ¿logramos tener una remota idea de los que es capaz de hacer y que antes no hacia?, ¿sabemos que habilidad ha logrado un alumno a partir de la nota que obtiene en un examen?, tomando en cuanta que la gran mayoría de los instrumentos incluyen la medición de más de una habilidad o a veces ni siquiera eso, sino más bien miden sólo conocimiento.

Debemos lograr instalar conversaciones en donde la nota sea uno de los fundamentos podemos tener en cuenta al momento de evaluar a un alumno. Un factor transformador de las prácticas docentes es sin duda, la conversación que podemos instalar en los colegios, en torno las evaluaciones que los profesores tiene de los alumnos, con foco en las habilidades y su nivel de competencia. Es plenamente posible transformar la conversación entre profesores y de éstos con los apoderados, desde el informe de notas a una evaluación de habilidades; habilidades que pueden ser el compromiso que el profesor hace con el apoderado y directivo del colegio como promesas de resultados de cada año escolar.

miércoles, noviembre 01, 2006

A cargo de todo y de nada

Seguramente todos nosotros conservamos en el recuerdo la figura del o los profesores jefes con quienes convivimos durante toda nuestra enseñanza básica y media. Sin lugar a dudas, es una de las figuras de mayor relevancia en las escuelas y liceos de nuestro país y por tanto, fundamentales frente a la posibilidad de realizar cualquier tipo de cambio al interior de las mismas.

Lagas han sido las horas de conversación con un grupo de ellos, durante los últimos meses, en busca de conocer y escuchar de qué se sienten a cargo, sus impresiones del momento que estamos viviendo y el sentido que tiene para ellos su rol en, el marco de la estructura que se dan las escuelas.

Paradójico y sorprendente resulta escucharlos, pero antes de señalar mi reflexión quiero compartir con ustedes el sentido de la frase “a cargo de”. Cuando hago la pregunta a los profesores: ¿a cargo de qué se sienten?, estoy explorando el sentido que tiene para ellos su rol como “profesor jefe”, la interpretación que ellos articulan respecto a sus responsabilidades, las tareas y propósitos que tienen con un curso. A “cargo”, para mi denota una acción de compromiso, es decir, estoy a cargo de algo cuando me comprometo con otro u otros a lograr ciertos propósitos vinculado con sus preocupaciones o expectativas.

Ser profesor jefe denota una alta responsabilidad de acuerdo a lo que ellos señalan desde la analogía: “somos como las mamá o papá de los alumnos”. Nos hacemos cargo de todo, fundamentalmente de su afectividad, situación familiar e incluso de su situación social, tratamos de sacar adelante el curso, de su disciplina y de defenderlo (de los demás profesores), junto con toda la cuestión administrativa, libro de clases, sus notas, los informes y atención a los apoderados, entre otras casas. Se trata un cargo para el cual no nos hemos preparado en ninguna parte, nadie nos enseña a ser profesor jefe, pero es casi parte del ser profesor, te dan un curso y ya. No hay mayor cuestionamiento.

Desde aquí podríamos intuir entonces, la presencia de propósitos o resultados asociados a este rol, en la perspectiva de compromisos que el profesor jefe tiene que cumplir con alguien, pero si seguimos indagando, descubriremos que esto no es así.

La noción de ser profesor jefe, si bien señala hacerse cargo, esta construida desde un sentido común de compromiso que valora las buenas intenciones, el esfuerzo, la vocación por sobre el resultado, es decir, puede que no alcancemos los objetivos, pero le pusimos todo el empeño y esfuerzo posible por lograrlo. Mejorar el rendimiento, la conducta, preocuparse por lo afectivo y social, a la larga, no da cuenta de los objetivos o resultados que el profesor define y compromete con alguien. Las habilidades que los alumnos debieran alcanzar en cada nivel, asociadas a las distintas disciplinas que el plan curricular contempla, son responsabilidad del profesor de cada asignatura. Aquellas habilidades de carácter más transversal, son responsabilidad de todos, es decir, de nadie.

Los profesores de asignatura del curso del cual un profesor jefe se hace cargo, no aparecen como sus principales colaboradores. Desconocen los objetivos o propósitos que estos tienen con el curso y se relacionan fundamentalmente a partir de situaciones que se salen de lo común y “a la pasada” cuando se topan entre los cambios de horas o recreos. Señalan en algunas entrevistas: “cuando hay algún problema nos acercamos a preguntar que ocurrió como por ejemplo, demasiadas notas rojas en una prueba, algún profesor se acerca a contar algún problema que tuvo con el curso o reclamar por como se comportan en su clase”. La palabra jefe asociada a su rol, no es visualizada como jefe de un equipo de personas que están trabajando juntos por alcanzar algún propósito común. Se sienten jefes de los alumnos.

Existe cierto pudor con la nominación de jefe, sobre todo cuando se visualizan como jefes de sus propios “colegas”. No esta a la mano para ellos el poder comprometer, evaluar o reclamarle a otro profesor como parte de su equipo cuando se siente insatisfecho con el trabajo que esta realizando con su curso. No es posible evaluar a un colega, cómo me voy a meter en su clase o asignatura, señalan al ver que los profesores de asignatura podrían ser su equipo, por tanto, ser profesor jefe es ser jefe de un equipo de profesores, ser jefe de un colega.

Lo anterior hace que sea una sorpresa cuando se les revela el hecho de que no conocen los objetivos, que los profesores de asignatura tienen con el grupo de alumnos del cual se declaran a cargo de todo. Igual cosa ocurre cuando se ven desde el rol de profesor de asignatura, al reconocer que no conocen los propósitos que tiene cada profesor jefe con el curso a los cuales le hacen clases y que nunca conversan respecto a sí los objetivos de la asignatura están sintonizados con los objetivos generales que tiene el profesor jefe, si es que los hay.

De esta manera se da la paradoja de estar a cargo de todo, pero a su vez, a cargo de nada. No hay promesas de resultados con otro u otros para un periodo determinado de tiempo (semestre o año), respecto de los aprendizajes y cultivo de nuevas habilidades en los alumnos. El profesor jefe no tiene promesas con nadie y los profesores de asignatura no tiene promesas o compromisos con el profesor jefe, Para quien trabajan o quien trababa para quien, no se sabe.

Desde la experiencia de ser alumno de pedagogía, lo antes señalado no reviste mayor sorpresa ya que en ninguna de las instancias o etapas de la formación de un profesor en la cual lo formen como profesor jefe, más aún, no hay ninguna instancia en la cual nos preparen para trabajar y liderar equipos, vivir la experiencia de ser responsables por producir resultados, al contrario, vivimos sumergidos en un discurso que da cuenta o ve la educación como un proceso muy complejo, sujeto a multiples variables, en donde intervienen muchos actores, los profesores, la familia, la sociedad, etc, etc, etc, lo que hace que al fin y al cabo no sea posible asegurar resultados más allá de la verdadera intención de lograr que todos los alumnos pasen de curso, mejoren sus notas y conducta u otro tipo de objetivo del mismo tipo.


Cambiar esta noción de la educación, el rol del profesor jefe y cultivar nuevas habilidades en los profesores que les permita liderar y prometer resultados, estoy seguro que nos da la posibilidad de producir verdaderas transformaciones en las escuelas y en el sistema educacional que sin duda afectarán positivamente la calidad de los resultados que hasta ahora hemos conseguido. Es en esta dirección nos encontramos trabajando en el Colegio Alberto Blest Gana y El Encuentro, es decir, posesionar al profesor jefe como responsable de los resultados de su curso,, jefe de un equipo de profesores (no de los alumnos) y poner al resto de las instancias del colegio como soporte de ellos.

sábado, octubre 14, 2006

La Escuela Agotada

He querido iniciar este blog después de una larga reflexión a raíz de haberme reincorporado a trabajar con mi padre en su colegio, terminar una experiencia de consultoría en el Colegio El Encuentro de Peñalolen, en el cual estudian mis hijas Javiera y Antonia, y de haber sido testigo de la revolución de los pingüinos y sus consecuencias.

El colegio de mi padre, Colegio Alberto Blest Gana, está en la comuna de de San Ramón, tiene una trayectoria de 33 años y los últimos tres o cuatro años, junto a su equipo de directivos y profesores, iniciamos un camino de transformaciones que nos permitió ser parte de los 52 colegios de anticipación del proyecto Montegrande del MINEDUC. El Colegio El Encuentro es más joven, tiene más o menos diez años y con su equipo de dirección, terminamos recién una experiencia de entrenamiento que nos permitió un espacio de reflexión en la acción y la puesta en marcha y diseño de iniciativas que tendrán un gran impacto en dicha comunidad educativa.

Ambos colegios cuentan con algo en común, están y han declarado formar los jóvenes emprendedores del siglo XXI y la firme convicción de transformarse en los mejores colegios de su sector y del país. Es lo único, aparentemente, que tienen en común. El primero, es un colegio particular subvencionado, con casi 1.800 alumnos, con apoderados en su mayoría empleados y pequeños comerciantes, sus cursos de casi 45 alumnos. El segundo, es un colegio particular con alrededor de 400 alumnos, con apoderados mayoritariamente profesionales, con cursos de no más de 25 alumnos. Sin duda, dos colegios distintos.

Sus alumnos participaron activamente en las paralizaciones y tomas de los colegios, fueron parte del movimiento estudiantil que nos hizo despertar. Nos han puesto en alertas y debemos ser capaces, de una vez por todas, de encontrar solución a la gran crisis que experimenta nuestra educación.

No cabe duda que los últimos gobiernos han realizado grandes esfuerzos en la búsqueda de estas soluciones, pero a pesar de ello, no hemos logrado dar un salto cualitativo respecto a la calidad de la educación. Es la falta de recursos señalan algunos, la calidad de los profesores o el marco regulatorio dicen otros y los más flagelantes, la sociedad o el modelo económico. La verdad que ya no sabemos a quien culpar.

Gracias a los estudiantes y la iniciativa de la Presidenta Bachelet, hoy contamos con un Consejo Asesor Presidencial de para la Calidad de la Educación y que ha entregado su primer informe de avance, en el cual podemos encontrar una gama de razones y conclusiones que nos permiten contar con una interpretación compartida respecto a las causas y posibles iniciativas que el país puede o debe adoptar para mejorar los resultados hasta ahora alcanzados. En mi opinión, y después de haber leído dicho informe, a pesar de la gama de factores que en el aparecen, creo necesario volver la vista a la unidad básica en la cual nuestros niños, niñas y jóvenes de nuestro país se educan, la Escuela.

La larga trayectoria que he tenido vinculado, directa o indirectamente, a la educación y mi experiencia como consultor en desarrollo organizacional en instituciones públicas y privadas, me permiten señalar:

La institución “escuela” se encuentra agotada: Su forma de organización y las relaciones que se establecen entre sus distintos actores, la hace incapaz de hacerse cargo de la educación o formación integral de los alumnos de acuerdo a los desafíos y exigencias que la sociedad le obliga a hacerse cargo.

Podríamos escribir páginas y páginas relatando las múltiples transformaciones que el mundo ha experimentado en el último tiempo, en particular desde la década de los 60 en adelante, en donde la educación no ha estado ajena, pero a pesar de todo ello, la escuela, como institución, no ha cambiado y nadie se asombra de este hecho, o no lo hemos visto, y seguimos confiando de alguna manera en una institución con más de cien años y que, sin lugar a dudas, ha sido factor determinante del desarrollo y la eliminación de la pobreza de no solo de nuestro país sino del mundo en general.

Pero el mundo cambio y nuestro país también, y por vez primera están afectando a la escuela como institución. Apreciamos un desfase cada vez mayor, entre la capacidad de producir resultados de estas instituciones (las escuelas o colegios) y el aumento y transformación de las expectativas y la demanda de los padres, apoderados y alumnos. El contexto en el cual se establecen las relaciones entre la escuela, sus alumnos y los apoderados se ha modificado sustancialmente el la última década fruto de a lo menos, de las siguientes situaciones.

· El desarrollo y modificación del mercado laboral ha permitido la incorporación, cada vez más frecuente, de la mujer a la fuerza de trabajo y con ello se ha modificando la estructura de relaciones de la familia y su entorno.

· La divulgación de los avances de las ciencias y en particular de la psicología y la mayor sensibilidad de la comunidad por los derechos ciudadanos y en particular de los jóvenes y niños.

· Un cambio cultural creciente producido por el mercado en donde la ecuación entre atención masiva y atención personalizada se resuelve con mayor eficiencia en la industria de los servicios, lo cual a generado una mayor y exigente expectativa en las personas en tanto como tienen que ser tratadas, cuestión de la cual no están ajenos los alumnos y los apoderados.

· Se ha expandido la oferta educativa en el país y con ello la competencia entre establecimientos educacionales, cuestión que hasta no hace mucho, no era frecuente y ha instalado una nueva preocupación en quienes dirigen las escuelas.

En este contexto de cambios históricos, las escuelas o comunidades educativas se ven superadas por las expectativas y, a pensar de haber incorporado nuevas metodologías, innovaciones, nuevos equipamientos y tecnologías, no producen los resultados esperados, generando frustración y resignación en sus integrantes, a pesar de la ya conocida interpretación que dice que: “los cambios en educación se producen al largo plazo”.

Pese a todo ello, la estructura de la escuela no se modifica, una estructura en la cual se establecen relaciones jerárquicas, en donde la base de la pirámide esta compuesta por los profesores, responsables de producir los aprendizajes en los alumnos, y por sobre ellos, las autoridades como lo son: el Inspector General, Jefe Pedagógico, Subdirector y Director

En esta estructura, cada participante se mueve de acuerdo al grado o lugar que ocupa en la organización. Los directivos ejerciendo su autoridad desde sus pedidos a el equipo de profesores y los profesores confrontando a la autoridad recibiendo ordenes e instrucciones. Esta estructura dificulta la posibilidad de cultivar un estado de ánimo de apropiación en los profesores respecto a los resultados que deben producir y establece relaciones burocráticas que desalientan una comunidad colaborativa.

En un sentido horizontal, las escuelas se han organizado a partir de la manera en que se ha organizado el currículo; por asignaturas y luego departamentos. Esta organización horizontal se caracteriza por estar compuesta por roles autónomos (profesores de asignatura), que definen sus objetivos y resultados en base a un programa de contenidos mínimos fijado por el ministerio de educación, no reciben ni hacen evaluaciones de otros profesores, menos aún si son de otra asignatura. Es esta estructura horizontal que se supone que se coordina entre sí, la encargada de cuidar la formación y educación integral del alumno, pero mientras no exista la posibilidad de diseñar conjuntamente, comprometerse y evaluarse entre sí de acuerdo a como están cooperando y cumpliendo la tarea formativa, será imposible hacerse cago plenamente de la satisfacción, cuidado y formación de los niños y niñas y jóvenes de las escuelas.

Esta estructura consolida aún más la preocupación de los profesores por la entrega de contenidos. La ausencia de instancias en las cuales puedan diseñar de manera conjunta compromisos respecto a las habilidades necesarias de cultivar en los alumnos y mantener esta conversación en un estado de: “se supone que….”, “tratamos que….”, nos da cuenta de la perdida del capital que los profesores han experimentado con el avance de las tecnologías de la información. Los medios por los cuales tenemos la posibilidad de acceder a la información y el conocimiento, hoy son mucho más rápidos y dinámicos que la labor que hace un profesor en una sala de clases frente a 30 o 45 alumnos.

Es sin duda este factor, la organización de la escuela y las relaciones que se establecen en ella, el que ha dificultado alcanzar mejores resultados con los alumnos; no están las condiciones estructurales o conversacionales, para instalar una cultura de trabajo que ponga como centro de su quehacer la satisfacción, el logro de resultados con los alumnos como compromisos y diseñe estrategias o modelos de intervención, que se hagan cargo de las transformaciones culturales que vive nuestra sociedad y se adapte de manera armónica a ellos. Es urgente terminar con el de ánimo de resignación y resentimiento que atrapa a las comunidades de profesores, que se expresa en su queja permanente hacia los padres y apoderados respecto a su compromiso. Es la escuela, sus profesores y directivos quienes tienen que comprometerse, adaptarse, modificar el presente y construir futuro.